Invertir en inspiración

 

Hace poco más de una semana, me llegó a casa un libro que estaba esperando con mucha impaciencia. Bueno, para ser más exactos (porque la diferencia es importante), era un álbum ilustrado: “The Dress and the girl”, escrito por Camille Andros e ilustrado por Julie Morstad. La verdad es que me lo compré por las ilustraciones, retando descaradamente ese dicho de “nunca juzgues un libro por su portada”. En mi defensa diré que, aparte de la evidente deformación profesional, en el ámbito de los álbumes ilustrados la parte visual es tremendamente importante.

Fue una compra que hice de forma bastante intuitiva. Nadie me lo había recomendado explícitamente, pero aún así me lancé a por él porque me atraía mucho. Cuenta la historia de una niña que vive en una isla griega, siempre acompañada por un vestido muy especial que le hizo su madre a medida. Un día, su familia decide emigrar a otro país, y el vestido le acompaña en su nueva aventura, dejando paso a una reflexión preciosa sobre el papel que juegan los objetos en nuestras vidas y cómo pueden convertirse en algo extraordinario con el paso del tiempo.

Recientemente, estoy aprendiendo mucho sobre el poder transformador que tienen las historias. Es curioso que aunque no se trate de algo que hayamos vivido tal cual, leer sobre las experiencias de otras personas nos hace conectar tremendamente con nuestras propias vivencias. Por eso, en los últimos meses, y a raíz del “parón” que hice a principios de año, estoy invirtiendo mucho en empaparme de relatos, cuentos y leyendas.

“Invertir”, entendiéndose como: el uso de recursos (de tiempo o de dinero) para vivir experiencias que te vayan a hacer más feliz o para adquirir productos que mejoren tu vida de alguna manera. 

No me considero especialmente moderada en cuanto a mis decisiones en este aspecto, pero sí que es verdad que, cada vez que voy a adquirir cualquier cosa, aparece una vocecita dentro de mí que cuestiona alarmada si debería hacer esa compra. “¿Lo necesitas realmente?”, “Podrías vivir sin ello” y “Ahorra no vaya a ser que en el futuro te haga falta el dinero” son algunas de las inquisiciones estrella que más se repiten. Y sí, es obvio que hay que tener cierto filtro cuando compramos (si se me antoja un viaje alrededor del mundo, pues tendré que valorar si es factible o me voy a arruinar), pero creo que también hay que prestar atención a cuáles son los detalles que nos hacen emocionarnos, que le dan calidad a nuestra vida.

Cuando nos cortamos de vivir experiencias por esa mentalidad de escasez (“no vaya a ser que…”), nos vamos apagando poco a poco. Si nos quitamos aquellas cosas que nos ilusionan, perdemos las ganas y al final nuestra vida nos desmotiva y no sabemos por qué. En cambio, invertir en nosotros es un acto de cariño que potencia tremendamente nuestro bienestar en todos los sentidos. Incluso desde un punto de vista de la productividad es positivo: cuanto mejor estás tú, más prosperas.


Y en el campo de la creatividad esto me parece especialmente importante. Para estimular la inspiración, es imprescindible potenciar a conciencia aquellas cosas que hagan ese efecto. Buscar lo que nos aporta belleza, lo que nos enciende la lucecita por dentro. Cuando no encuentres motivación para crear, presta atención a lo que te suma, no a lo que te resta.

No siempre se trata de gastar dinero, ojo. A veces invertir en inspiración significa simplemente ir a dar un paseo porque es lo que te pide el cuerpo, coger unas mimosas de un árbol o ver una peli desde el sofá. En definitiva: hacer aquello que sabes que te va a hacer bien, aunque tus resistencias internas iniciales te lo traten de impedir. La formación también es una increíble inversión en uno mismo, pero eso me daría para otra newsletter entera.

Comprar “The dress and the girl” fue mi pequeño gesto esta vez. Las imágenes delicadas, la historia tan bonita y la forma de combinar ambas cosas me resultó tremendamente inspirador. Y, tal y como decía antes, me alentó en mi propio proceso de trabajo: hizo que me apeteciera dibujar.Me ayudó a visualizar más fácilmente las imágenes que quería hacer para un proyecto en el que estoy trabajando ahora (que por cierto, enseñaré pronto). Ahora el cuento me acompaña cada día apoyado en mi escritorio como si fuera un cuadro.

Lo que vengo a decir, en resumen, es que estas pequeñas “inversiones” son lo que le da gracia a la vida. Todos los objetos y experiencias bonitas que vamos coleccionando van llenando nuestro mundo y hacen que nos sintamos mejor, siempre. Son potenciadores de creatividad (certificados) y tu vida es mucho más bonita con ellos.



Y tú, ¿cómo inviertes en inspiración?

 
Sara Peña Martín