La belleza contra el miedo

 

Querida persona lectora, 

 

Siempre me cuesta muchísimo empezar las newsletters. Así que voy a optar por ir directa al grano, intentando poner orden a todo lo que tengo en la cabeza de la mejor manera posible.
 

Han pasado casi un par de meses sin escribiros (¡la última carta la mandé el 11 de septiembre!), y en este tiempo han venido a visitarme varias tormentas que han revuelto todo a mi alrededor sin que les diera permiso. Sin entrar en demasiados detalles (porque no soy yo la principal implicada), diré que octubre ha sido un mes en el que mi familia y yo hemos pasado bastantes días en el hospital. Afortunadamente, todo está ya superado y tenemos muchísimo que agradecer (empezando por el sistema sanitario, aunque suene a cliché).

 

Aún así, este tipo de “pellizquitos de la vida” nunca pasan inadvertidos. Y aunque al final todo se quede en un susto (como ha sido en este caso), inevitablemente aparecen los miedos, la incertidumbre y la ansiedad. Especialmente cuando tienes traumas asociados a la enfermedad, con este tipo de situaciones se despiertan algunos fantasmas con los que creías que ya habías tenido la última conversación hacía tiempo.

A veces, cuando tengo miedo, se apodera de mí una especie de nube negra que no me deja ver nada. Es como si algo externo a mí me abrumara con la certeza de que sí, esa amenaza terrible que tanto pánico me da es real, y nadie la está viendo venir excepto yo. Me siento fría, aislada, como si todo el mundo a mi alrededor funcionara en feliz ignorancia y a nadie pareciera importarle lo que está pasando. En esos momentos, además, no suele funcionar que alguien intente convencerme de que estoy exagerando o de que todo va a ir bien, porque me cuesta mucho creérmelo. 

 

Supongo que lo que mejor funciona, o al menos para mí, es sentirme acompañada. Que alguien me diga “estoy contigo”. Simplemente eso. Así, sé que incluso aunque ocurra eso que tanto pánico me da, no estaré sola. Poco a poco, la nube negra se disipa, y puedo empezar a ver la situación de forma más amplia y completa. Empiezo a apreciar los detalles, los matices, y me doy cuenta de que la belleza también está presente en mi realidad, incluso en los momentos más oscuros. Y ahí es donde yo encuentro la clave.

 

La belleza me da esperanza. Cuando el mundo me abruma - que es muchas veces - me resulta como un antídoto, un abrazo, una imagen que me hace mantener los pies en la posibilidad de que quizá sí, quizá es bonito vivir al fin y al cabo.

 

La belleza tiene muchas formas. A veces es pequeña, como una flor. Es una flor muchas veces. Luego por momentos es inmensa, inabarcable. Casi un poco dolorosa porque no puedes cogerla con las manos. Y va cambiando de aspecto, como la luna. No siempre la veremos en los mismos sitios, ni aparecerá bajo las mismas circunstancias. Un día un atardecer nos estimulará hasta lo más profundo, al día siguiente no.


Durante estas semanas he encontrado la belleza en forma de setas por la montaña, de tarta de zanahoria y de películas de Halloween de los 90. He ido haciendo fotos a todo lo que podía, como siempre suelo hacer. Luego esas fotos nunca reflejan todos los matices de lo que veo, pero funcionan como un recordatorio de haber vivido esos momentos. Creo que es importantísimo esforzarse por buscar la belleza en el día a día, incluso (¡y especialmente!) cuando más difícil nos resulta. Porque para mí, la tendencia natural este mes ha sido sentirme muy desanimada y pesimista. Sin embargo, he tratado de fijarme en todos los detalles bonitos que encontraba a mi alrededor, de realzar todo aquello que me mantenía ilusionada y agradecida. No se trata de ir en contra de las emociones (a la tristeza también hay que dejarle espacio), sino de acompañarlas con chispazos de luz.

¿Dónde encuentras tú la belleza?

 
Sara Peña Martín