Lo que elegimos

 

Desde la última vez que publiqué en el blog, el 8 de enero, no he parado de escribir. He escrito mucho y prácticamente todos los días: en cuadernos, folios sueltos, en mi aplicación de notas del móvil… en todas partes, menos aquí. Porque no sabía muy bien qué compartir y qué quedarme para mí misma.

Hay veces que la línea entre lo privado y lo que compartimos con el mundo es un poco difusa, sobre todo en estos tiempos de redes sociales en los que lo que creamos parece de todos y de nadie al mismo tiempo. Yo, personalmente, cuando cuento historias de mi vida o reflexiones personales, siempre intento hacerlo con la intención de que sirvan de algo a quien me lee. Y así he decidido enfrentar esta nueva publicación en mi pequeño blog, porque siento que necesito transmitir lo que siento desde un punto de vista honesto.

*

En los últimos dos meses, mi familia ha vivido dos grandes pérdidas. Repentinas, rápidas e inesperadas. Una de ellas, más “ley de vida”, si es que existe tal cosa, quizá más natural de asimilar, aunque no por ello menos triste. Pero la otra… completamente injusta, prematura e incomprensible. Un mazazo durísimo de la vida, de esos que “nunca piensas que te van a pasar a ti”. Un aire gélido que de repente corta la respiración, cuya absurdidad no puedes comprender y que te hace replantearte absolutamente todo.

Cuando aquella mañana de sábado nos despertamos con la peor de las noticias, yo no pude evitar pensar en lo absurdo que de repente me parecía todo lo que había escrito en anteriores publicaciones sobre el sentido de la vida. ¡Como si yo supiera algo! Como si hubiera querido ser más que Dios, o me hubiera burlado al destino.

Y es precisamente ahí, donde empiezo a escribir este texto. Porque no soy nadie, no soy más que nadie. No merezco vivir más que otras personas. No sé lo que va a ocurrir conmigo, ni contigo, ni sé lo que va a pasar mañana, ni dentro de un minuto.

Pero sí que sé que ahora mismo, en este instante, existo. Y que la vida, o el universo, Dios, o como lo quieras llamar, me ha dado la oportunidad de respirar y de estar aquí. Así que tengo la obligación de intentar sacar lo máximo de mis días en la Tierra, de llenarlos de sentido y de honrar a las personas que ya no están y seguir caminando por ellas, con ellas.

Y como a mí solo me sale esto, he estado pensando mucho.

estas son algunas de esas reflexiones, que hoy decido compartir.

Las crisis, las pérdidas y las situaciones duras de la vida no vienen para enseñarte nada, como mucha gente se atreve a afirmar con tanta ligereza, eso es una perspectiva muy egoísta. Pero como no podemos controlar lo que nos llega, ni podemos evitar que nos pasen cosas tristes, lo único que nos queda es decidir qué hacer ante ellas. Es decir, que cuando sucedan cosas malas, aunque no puedas cambiarlas, sí que consigas extraer algo: una evolución personal, una perspectiva distinta, una nueva actitud ante tu día a día basada en una elección personal.

Evidentemente, preferiría que no hubiera pasado. ¡POR SUPUESTO! Prefiero no aprender. Esta situación no ha venido a mí para que yo aprenda. La vida no me “manda” ninguna lección. Estas cosas son horribles y no tienen justificación ni siquiera metafísica, porque si así es, ¿por qué tengo yo más importancia? ¿por qué soy digna yo de aprender de la muerte de mis seres queridos, y no al revés?

Pero como he dicho, ya que nos ha tocado esto, tengo que elegir qué hacer con ello. ¿Me voy a quedar en la queja eterna? ¿Voy a victimizarme por lo injusto? ¿Me voy a suicidar?

No. Yo no. Yo elijo construir.

Y con esto, me he dado cuenta de que he vivido transformaciones internas que a lo mejor no le importan a nadie, pero que a mí me están sorprendiendo muchísimo. Y una de las más grandes es que estoy empezando a entender miedos que me atormentaban desde la niñez. El miedo a la muerte, concretamente. Aún me siento muy lejos de superarlo, si es que eso es posible, pero sin duda ahora lo veo de otra manera, porque no me ha quedado más remedio que enfrentarme a él, y de la manera más cruda y real posible. He tenido que mirarle de frente, algo de lo que siempre había huido… Y al mirarle a la cara, de repente se ha hecho menos monstruo. No sé cómo ni por qué. Pero voy a seguir investigándolo, porque me da la sensación de que tengo que hacerlo. Como dijo Joseph Campbell, “la cueva que tememos entrar guarda el tesoro que buscamos".

Mi familia me ha dado también muchas lecciones durante los últimos meses. Lecciones de fuerza, de luz, de vida… ¡increíbles!

Hemos pasado juntos por muchos momentos de tremendo dolor que nos han abierto las carnes y nos ha obligado a enfrentarnos a decisiones, momentos y situaciones muy difíciles. Pero al mismo tiempo, ha surgido una fuerza nueva, una energía que nos ha hecho a todos seguir adelante, seguir amando, e incluso inspirar a otros. Ya la había visto antes, pero nunca tan conscientemente, porque la última vez yo era muy pequeña. Esa fuerza es el amor, ni más ni menos. Mi padre siempre nos lo ha transmitido durante toda la vida, y he crecido con ello muy presente, pero ahora lo experimento como adulta con toda la claridad del mundo. En el fondo, el dolor más infinito es también eso: una expresión de amor.

Y me siento tremendamente agradecida de poder verlo así.

*

Algún día voy a hacer algo con todo esto. No sé qué, pero algo. De momento sigo en un periodo de introspección y de aprendizaje profundo (compaginado con muchísimo trabajo, que eso no ha dado tregua). Estoy leyendo un montón. A pesar de lo abrumador de todo, sigo adelante con mi proyecto profesional y continúo activa en redes (algo que puede parecer un tema menor, pero que para mí es muy importante, pues es gran parte de mi trabajo). Por supuesto, tengo momentos de mucho bajón, de sentir mucha tristeza y de llorar mucho. Pero trato de tener paciencia conmigo misma, porque sé que es una inevitable parte del proceso.

Y también sé que en el futuro, voy a crear algo que haga honor a todo lo que estamos viviendo. Honor a los que ya no están, y a los que sí. A los que sienten el mismo dolor que yo, y más. A los que intentan encontrar sentido en el sinsentido.

Pero todo eso llegará con el tiempo.

***

 
Eva.jpg
Sara Peña Martín